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  • Foto del escritorRecto Verso | Editor

CAMINANTE DE PRODIGIOS, nuevo


Que de la vida me acuerdo pero dónde está.”

Gil de Biedma


Aquella madrugada se juntó el ocio y el destino en el sórdido local donde se conocen los noctámbulos y algún alma herida observa en silencio el gotero estúpido de los relojes.


Te veo deambular por el cuadrilátero de la sala, solitario. Buscas en la nada algún narcótico profundo y claro que te aparte de ti. Te fijaste en mi luz, a pesar de que me refugiaba del espanto en la esquina más recóndita, disfrutando de mi condición de observador.


Al sentirte tan cerca no pude mediar palabra. Antes, delante de mis narices, conversas con tu amigo, y alcancé a escuchar como te animaba: —Es guapo; dile algo—.


Me ofreciste beber de tu cerveza y brindamos con la mía, sin saber que aquel pacto sería digno de narrar. Apenas hablabas y, como decirlo, tuve que llenar los silencios con torpes palabras y chistes fáciles. Tu mirada sonreía, tejiendo su tela de araña.

—¿Vienes? — Titubeo.

—No sé— contesto.


Me llevaste de la mano hacia donde la luz más clara se apaga.

Me sentí tasado, pero embelesado por tu mirar.

Era ya muy tarde, y no había tiempo de más.


Tu casa era pequeña y cómoda y tu alcoba repleta de vida y desorden.

Una vez sentados al borde de la cama, tomamos dos copas de un vino excelente

y lo poco que puede hablar fue suficiente para llenar mi alma de besos.


Bebí, esta vez con la sed de los caminantes, al amparo de un extraño.

Solitario y tembloroso por dentro, y dichoso de tus prodigios.

El resto es digno de ser contado, pues contra todo pronóstico

te quedaste dormido entre mis brazos.

—¡Dios! ¡Cuánto tiempo!—, pensé.


Entonces me di cuenta que aplazar el amor

es una forma cruel de tortura que nos infligimos sin sentido.

No me atreví a mover ni un ápice, sólo tu rostro junto al mío,

tu respiración junto a la mía, y un callar templado y cómodo.


¿Qué más se puede pedir?

Si íbamos a inventar el Kama-sutra:

íbamos a romper la noche con nuestros cuerpos.

íbamos a devolvernos a la vida,

que solo los muertos reclaman, ¿verdad?


Sí, iba a ser una noche gamberra

y se quedó en cansancio y suspiros.

Qué felicidad entonces,

saberte así, junto a mí, y abrazar tu cuerpo.


¡Sí! ¿Qué más pude pedir entonces?



Imagenes de Juan Ignacio Raimondi

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