Tengo que decir que sí,
me gustó tu sonrisa de muchacho
a pesar de tus casi treinta y cinco cuatro...
Te dejabas llevar por el aire y la bruma.
Buscabas el olvido y viste en mí:
la isla del tesoro, la ciudad sin mapa;
un amor correspondido.
Tengo que decir que eras guapo,
italiano, alto y desaliñado.
Un tanto tosco, con manos grandes
y ojos de ruiseñor.
Eran el juego y la dicha, entonces...
Tentación acaso peligrosa para mí
y azarosa para ti.
— ¿Vienes? Te invito—, balbuceas.
De repente, ya en tu casa,
tomamos cerveza y prisa.
Las miradas se cruzaron como
balas recién salidas de un arma.
No tocarte, sólo mirada y tiento.
Me besaste en la nuca
como a un colega desangelado, sin fe.
¿Qué luz te trajo hasta aquí?
Te fuiste como el viento, polvo de estrella y frío.
Tengo que decir que no recordaré tu nombre
y que la bruma y el olvido llenan mi casa
como la duda llena tu vida.
Tengo que decir, también
que tu decisión me dispensa de todo dolor.
Eso, también tengo que apuntarlo...
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