Me equivoqué de nuevo —no tengo remedio—.
Volví a dejar mi alma en los bares,
en las cantinas, por las esquinas
jugando al disimulo con mendigos,
putas y traficantes.
El miasma del mundo me trastoca,
me incendia y deja en mí
un halo de extraña bondad.
No crean, no es éste un trastorno reciente,
ni tampoco plagio de villano,
ni tan sólo un vago ansia de fornicar:
un ceder al destino, es.
Un azar gratuito y vacuo,
donde se entrega algo más que un cuerpo,
una intención y por ello, un alma.
¡Fe de erratas!
Al día siguiente escribimos
en el libro de los días: “Noche indefectible
y ciertamente de exceso, bronca y borrachera."
No lo entiendan mal; es sólo eso.
Fe quebrada y nihilismo: fe en los infiernos urbanos,
en las pétreas perspectivas de lo humano,
en los semáforos en rojo y el peligro;
en los chicos de barrio...
y al final: también en las mentiras
que huyen rápidas como ratas.
Equivoqué otra vez el tiro en la diana,
lancé flechas de cupido
sobre espaldas translúcidas y esquivas
—insomnes diría—, y es que los ángeles
son algo infalible y siempre cumplen su mandato.
Nunca mueren al primer disparo
y por supuesto no ceden al cariño o a los besos:
es eso son muy humanos.
Anoto en el cuaderno de los días:
"Otra vez corrigiendo mi destino."
Notas a pie de página y humo...
Hay borrascas en el alma
y amargura nociva intacta.
Fe de erratas: quise decir, te quiero
aunque escribí, te deseo.
Suena el reloj; despierto.
Hora de levantar esta rutina.
Compruebo con aturdimiento de sonámbulo
que mis sueños, no son mejores que mis vigilias.
Eso, también tengo que apuntarlo.
Imagen: Luizo Vega y red online.
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