“Dios envía a cada cual
tentaciones según la fuerza
que cada cual tiene.”
André Guide
— ¡Ven, acércate un poco!—.
Te daré el cajetín de los buenos sueños
para que vuelvas a soñar.
El carmín de la sonrisa olvidada
para que tiembles al besar.
El valor absoluto de tu raíz cuadrada
para que se vuelvan cálculo preciso tus latidos.
Olvida viejos lamentos oxidados:
te daré lápiz y papel para escribir un poema,
pátina de cristal para el olvido, y humo…
azul y azabache para el asombro;
Navidades llenas de esperanza.
Tú —según el manual—,
me darás olvidos recientes,
sospechas moribundas,
algún abrazo sorprendido,
mentiras fugaces,
roce perfecto y frío:
loca pasión incompleta, también.
Seguiré hurgando en el viento.
Tomaré mi taza de té con dos galletas.
Escuchado tu voz detrás de los espejos.
Mientras ordeno, sentido y maravilla.
Tú sonrisa enajenada, y tu cara de fauno,
de trémulo ignorante, se alejan en la distancia.
¡Cómo dijo Gil de Biedma!
—“Si no fueras tan puta”—.
De qué me sirve entonces,
ordenar los recuerdos,
tapiar puertas y reforzar anaqueles,
rezar bajo las estrellas;
ir de compras el sábado
para llenar la alacena de víveres.
¡Para que no falte de nada,
ni amor siquiera!
¿De qué? —digo yo—.
Si luego vienes tú,
con la cara destrozada por el vicio:
a comer de mi plato
a beberte mi vida
a llevarte mi alma,
por las tabernas de esta ciudad enferma,
donde los ángeles no rezan, ni duermen
y los muchachos encienden a bocanadas
mentiras que matan ruiseñores.
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