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  • Foto del escritorRecto Verso | Editor

EGOS REVUELTOS | a "post-covid" Pride 2020


He podido verte otra vez entrando en una fiesta sin ser invitado. Claro, nadie recayó en ese pequeño detalle. Entras con paso firme, y regalas a todos el salvoconducto de tu idolatría. Como si con tu presencia nos dieras a todos la carta de ciudadanía. Me hiciste reír de tal manera, que apenas dos lagrimillas de líquido —seguramente salado— resbalaron por entre la comisura de mis atónitos ojos. He podido ver tu ego de nuevo envuelto en orgullo, indemne, intocable y por supuesto: irreverente. Así son las trampas que inventas y el muro que construyes vehementemente y te dispensa del peso de tu conciencia: mas no de tu fracaso.


Vaqueros a la última moda, barba estudiadamente descuidada. Perfiladas mechas de arrogante engreído y cabellera un tanto anclada en los noventa. No dabas a basto al mirarte en todos los espejos. Con desespero compruebas que tu imagen ya no se refleja en ninguno de ellos. Los espejos sólo reflejan la imagen auténtica de quienes la poseen, pero no la de los vampiros, los muertos o los idólatras usurpadores y necesitados de audiencia, de falsa ambición. Tardarás bastante en entenderlo y yo, no te sacaré de dudas… Por si acaso, me limito al examen y al silencio.


Egos revueltos, egos sublimados, cuerpos bellos: esculturales y vacíos de alma. Bellos hombres de bellas sonrisas, apretones de mano, falsos abrazos, y mucha, mucha cordialidad al uso… ¡Sospecha lícita en toda fiesta de sonámbulos y modernos! Egos: egos revueltos. Probablemente llenas están las ciudades y los cementerios también, de singulares e insignes habitantes con almas frías y hambrientas.


“Quien sólo vive para él, quién no vive para servir; no sirve para vivir”, decía a menudo mi madre. Así lo dejó dicho antes de morir. Cundió su ejemplo en mí, —quizás no todo lo que ella hubiera esperado—. Allí, una voz dentro, heredada de siglos, me susurra al oído: ¡Egos revueltos! ¡Egos revueltos!


Cuánta desdicha, cuánto disimulo y deleite, auto-satisfacción sintética, plástica, falta de auténtica realidad. En su lugar lo llenamos todo con ese vulgar “usar y tirar”, “usar al reír”, “reír para usar”, y a poder ser: gran y formidable ego revuelto en indiferencia… “Creo que el alcohol se me subió a la cabeza”, pienso en voz alta.


Tu vida consiste en poner “me gusta”, incluso, cuando no…


“¿Los egos se pagan?”, preguntas. “A buen precio”, respondo. Son la moda de los necios y el rasgo más característico de los silentes, impertérritos y metamórficos ídolos nocturnos, —no menos ególatras que el resto—.


Escrutas con mirada de lince los personajes de la fiesta en la que tú, “Don Ego” de la noche, ni tan sólo fuiste invitado… Pero eso carece de importancia ahora. Todos lo sospechan, mas no lo apuntan o aseveran, indiferentes a su vez.


Todos se manejan bien en este plasma nocturno, envueltos en la plástica febrilidad de sus egos, eso sí: bien revueltos y algo indolentes. Como jugando al disimulo, sufren; lo saben, y tapan los huecos de sus almas con un manto de alcohol, droga y un ritmo cuatro por cuatro. La música es buena, para qué negarlo.


El ego mal entendido dista mucho de ser verdadera autoestima. Es un refrito en la sartén de nuestras vanidades, cocina cósmica a fuego lento que a veces dura toda una vida. Una apropiación indebida y por supuesto, síntoma de irreverente miopía y evidente complejo de inferioridad. Es muy difícil apartarse del propio ego, y aún más, si éste se manifiesta revuelto con otros.


La fiesta concluyó con mucha música, mucho alcohol, besos, abrazos y otras amenidades y sustancias de blanco color que confunden la puerta de entrada con: “PUERTA DE SALIDA”, según indica el cartel del local. Hora de cerrar este sueño fatuo de amor y rock & roll.


Por suerte el bus nocturno nos condujo hasta mi casa. Paró en aquel justo momento, donde mi ego, como un chicle a pie pegado, aconseja mi marcha urgente. Aterricé en mi cama —tú me acompañas—. Sin saber ni cómo, horrorizado y casi en sueños; recostado en la almohada escribí este texto que, a pesar de todo, abomina de la mojigatería.


“¿El ego se paga?”, preguntas. “Todo a su tiempo”, respondo. Te abrazo. El sueño venció mi lógica. Del ego de aquella noche ya ni me acuerdo. Abrazo, sueño y edredón… Es invierno, también en el corazón.


de "La intención era un verso", 2020

foto de S. Calleja

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