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EL AMOR EN PARAÍSO

  • Foto del escritor: Recto Verso | Editor
    Recto Verso | Editor
  • 5 may 2019
  • 2 Min. de lectura


Lejos del cielo observo tu mirada firme,

como un horizonte partido

y pido a Dios que nuestro amor

nos haga mejores.


Lejos del cielo, entierro este alma

y este abrazo consumidos.

A sorbos lentos me lavo el corazón

de todo pecado, de todo azaroso pasado.


Estamos tan cerca y tan lejos de la dicha,

tan cerca y tan lejos de todo paraíso,

del odio y la desdicha…

Aquí, lejos del cielo,

el amor se consume con gozo amargo

y los días son sólo días, o bien,

la sombra de un pasado que quizás

quisimos olvidar.


Nada nos cerca ya, nada nos limita o paraliza.

No es cierto que seamos una torpe repetición,

una simple variedad de nuestro vacío.

No es cierto que el amor ya no exista en Paraíso.

Lugar inventado para el oprobio y el amor, también.


Somos los hijos de la infamia,

rotos y abandonados,

al amparo de una dicha venidera.

Hoy, resido en el favor de los extraños.

Somos sólo aquello que un día imaginamos,

lejos del cielo, lejos del odio y de la cólera:

el tiempo nos templa y siempre gana.


Te iluminas con tristeza,

tu sonrisa y tus ojos cansados,

me emocionan.

Tomo tu mano; tomas la mía.

Jugamos al gato y al ratón

y el mundo nos mira.


Sentados en este bar,

como se aman las estatuas de sal:

figuras de un mismo decorado.

Aquí, lejos del cielo, nos enamoramos.


Y por crear, creamos el cielo en el infierno,

la dicha en la gloria y el amor, en el abrazo.

Todo nos devora, todo nos atribuye

y ya nada nos toca.


¡Ojala que estos días sean de pan y gloria!

Ojala las puertas cerradas se abran

como muslos en flor,

como hombros de porvenir.


Qué los días dejen de contar lentos,

como un reloj que agoniza...

Un día seremos únicos, aquí, lejos del cielo.


Caminemos este sin fin camino.

Obliguemos al destino a ser otro, distinto: cualquiera.

Lo dije antes: lejos del cielo observo tus ojos duros

como dos horizontes partidos,

al evocar en la memoria

un lugar que sólo tú conoces.


—¿Sirvieron de algo aquellos días?—, preguntas.

Iluminas mi alma de enamorado,

con la fuerza de un abrazo

y el calor de tu mirada.


¡Ven! caminemos juntos hacia nuestra vida.

Despertemos: —¿Lo ves?—.

¡Las luces se han encendido!

Ahora somos invisibles,

aquí, lejos del cielo,

del odio y la desdicha.

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RECTO VERSO

Santiago Calleja Arrabal

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