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  • Foto del escritorRecto Verso | Editor

EL ÁNGEL DE LA ESTIGIA (nuevo)


Venías de la Grecia de Acaya, en la región del Peloponeso, allí en Krathis; muy cerca del monte Helmós. A los pocos meses bebiste del agua de la Estigia: “De las mismas fuentes donde Aquiles fue sumergido por su madre”, contabas impresionado.


Tu voz, se fue agravando y de repente parecías un héroe troyano, o un ángel de la Arcadia romana: en todo caso, siendo humano, tu belleza no lo era.


— ¿Sabes lo del talón?, preguntas seguro de tenerme absorto.

— No, respondo fingiendo indiferencia.


“En aquellas aguas donde fui bautizado, se bañó el héroe de la Ilíada, Aquiles. Su madre, Tetis, lo sujetó por el talón derecho, por lo que, al sumergirlo, quedó como el único punto débil y vulnerable de su cuerpo”, explicabas.


— Lo hizo para hacerlo invencible, aclaré para no parecer ignorante. Silencio incómodo.

—¿Y cuál es el tuyo? Increpo impertinente, como para bajarte del limbo.


Se alargó el tiempo, y al girarte para pedir otra copa, alzando la voz desde la barra, gritaste: ¡el corazón!


Sonó un tanto “ñoño” pero claro, así sois los de la Estigia. Además, (seguimos charlando), tu nombre es ruso, al igual que tu padre. La madre era de Acaya, del término municipal de Kalávrita, en la región occidental del Peloponeso. Madre griega, padre ruso: alma de diablo, pensé.


Dimitri, dijiste que te llamabas. ¡No Paris, o Aquiles! (bromeo). ¡Qué pena! Sorbos lentos, bebes vodka con hielo y tú mismo te delatas. Tan sólo un ruso de pura cepa se lo bebe así, sin quemarse el alma… Quizás no la tengas, pensaba.


Y así fuimos pasando de momento en momento, de trago en trago, de historia en historia. Se nos fue la olla, y a mí ya ni me importa. Están a punto de cerrar el bar, y yo todavía no cejo en observarte. Bello como los griegos, frío y distante como un ruso de la estepa, diabólico en la sonrisa, y con intención discreta aunque clara. Envoltura de ángel, con tapicería vaquera. ¡Caramba con la Estigia!, exclamo riendo.


En el taxi, apoyas la cabeza sobre la mía; ibas borracho. Debiste hacerme caso y dejar el vodka a tiempo. Pesas, y al subirte al piso apoyado en mí, me preguntas cómo me llamo. ¡Casi me da algo! “Soy Zeus”, respondo malhumorado. Tu carcajada despierta a la vecina que entorna la puerta asustada.


—Mi amigo viene afectado, aclaro. Cierra de un portazo que a buen seguro acaba por despertar a todo el edificio. Ya en la cama, todo se convierte en un galimatías: sacar zapatos, calcetines, pantalón ajustado y camisa. Entonces tuve que admitir que los ángeles bañados por la Estigia son unos borrachos.

Nunca lo hubiera jurado y, a pesar de la edad que nos separa, no nos sentimos extraños. El resto lo hizo el destino. Bajamos Hades. Aquel lugar que los héroes saben visitar sin temor. Entonces soñé lo siguiente:

Cruzábamos los ríos infernales: el Estigia (río del odio), el Flegetonte (río del fuego), el Lete (río del olvido), el Aqueronte (río de la aflicción) y el Cocito (río de las lamentaciones). Los cinco convergían en su centro formando una gran ciénaga. Popularmente se creía que las almas de los difuntos podían cruzar el río Estigia en una barca guiada a veces por Caronte y a veces por Flegias. En un lado de la barca ibas tú, del otro, yo junto al auriga. Entonces fui consciente: “Hace muchos cuerpos que no me siento amado”, exclamé en silencio.


Mientras te arrojas al río súbitamente, te arrastra la corriente; era un agua de fuego. El sueño venció toda lógica. La lírica se quedó corta. Y los dioses de la Estigia quedaron mirando tu pérdida. Te ahogaste en el Hades, como lo hacen los héroes troyanos.


¡Suena el despertador! Es aquella hora extraña donde vigilia y sueño se confunden.

Por suerte, tú aún duermes profundo a mi lado. Te miro y comprendo sin pudor porque te llaman “El ángel de la Estigia”.


De "La intención era un verso", 2020

para Dimitri, Junio 2020, Barcelona

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