Ya te he dejado.
Sobre la encimera, pulcramente limpio queda el corazón a trozos, dos tazas de té, el tenedor de desgarrarse el pecho,
el cuchillo de costado… intacto.
Ya no te olvido.
Puesto sobre el mantel se ha dormido el plato aquel de cuyo nombre, nadie se acuerda.
Su sabor punzante cae en la navaja.
Ya no recuerdo.
Hubo un tiempo,
un temor amargo de anémonas, un veneno negro que afectado manaba humeando en el café.
Ya no te espero.
Llegó. La palabra se me cae,
cansada y lisa sobre la almohada llana.
Y me mascullo el alma.
Saco entonces el tenedor,
la navaja aquella y las dos tazas
sin su cigarrillo apagado.
¡No sea que llore y ya no humee este corazón bendito,
pasando en caravana!
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