Éramos la niebla, la luz que salía de un costado, un abrazo.
Fuimos mendigos y luego reyes sin reinado, para más tarde
volver a tierras lejanas: aquellas que luego abandonamos.
Tomaste mi mano por un rato que un año y medio duró,
y caminamos juntos como lo hacen los enamorados.
Temblor, pulso, amor y desmesura.
Eras el muchacho de mis días y yo, la luz de una esperanza
por selvas y azabaches.
Viniste para enseñarme el límite fijo de la navaja del dolor.
Yo asistí a este curso de amor amargo
y dulzor envenenado cual chiquillo en el kinder.
¡Cuánto amor!
¡Cuánto derroche!
Te marchaste lentamente y te llevaste cosas que ni siquiera eran mías.
No sólo amor, no sólo los besos que inventé.
Te fuiste lentamente,
llevándote las llaves de mi puerta.
Desde entonces mi alma está abierta:
abierta a la esperanza.
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