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  • Foto del escritorRecto Verso | Editor

SEÑOR DE LO IMPOSIBLE | CARTA A DIOS

Señor mío, Tú que eres luz en las tinieblas,

que sabes del sufrimiento y del dolor propio y ajeo,

que te miras en todos los espejos,

que de todo te sirves y te sirven en todo;

pues todo y Tú se dirá siempre igual:

hoy estás presente.


Mi amado Señor, Tú que estás y que no estás,

que lloras y ríes, —a veces a carcajadas en liturgia—

que amas en el despropósito y eres amor propio y ajeno.

Dios que de todo sabes, pues estas donde nadie se aventura

y escondes aquello que el hombre pretende:

hoy estás presente.


Eres más verdadero que cualquier mentira,

pues te nutres de la misma vacuidad —que no de la nada—

o en el amor, en el vacío, en lo inmenso.

Allí, sufres y nos sufres, y nos das y robas el sentido

De aquello que buscamos y estás en todos y en nadie.


Dios de las bendiciones y del castigo, para otra pura fe:

por siempre irreverente y benigno, codicioso, juguetón,

divino en la indiferencia y maravillosamente cara y cruz

de nuestra pena...


Me nutro en tu misterio, y el mío propio y Tú,

bendito Dios del amor, rostro que besa sin ser visto;

me precisas tanto como yo a Ti.


El amor que te di y el que te daré,

está en todos los misterios cuando éstos son y no son a la vez,

luz de tu pena y magnolia de tu gloria.


Dame el cuerpo que luego beberé,

dame el pecado y la virtud que te conforman…

y me confunde a mí, y a un prójimo que te aclama sin verte,

y te desea sin conocerte.


Dios imposible, lleno de posibilidades.

Hecho de juicios, de miedos y de calendarios en promesa.

Dios sólo de ti mismo... y de nadie.


En la contradicción que te aclama me pareció

ver algo similar a ti, cuando llorando me arroje

en brazos de un dolor inesperado

y no pude asir tu mano, que ignoró el dolor de mi caída.


Simplemente te quiero por el amor que me das sin pretenderlo.

Por ello, Dios de Dioses, lugar y vacío, ruta y sendero de luz:

¿sabes tú quién soy yo?


Cada vez que me levanto desde el inquieto abismo de mi alma,

me miras y me bendices con risas que buscan lágrimas

y luego niegas y rehúyes y te giras y te duermes;

sólo por el placer de oír nuestros rezos.

¿Alguien predijo que siendo tus hijos

seríamos huérfanos en la eternidad?, nadie.


Alguien responde desde todas partes,

vendiendo el plano de tu misterio,

y te unge con diccionarios en pesadas metafísicas

o ásperos tratados del correcto obrar.


Y entonces, mi Dios, mire hacia adentro

con torpe osadía de hombrecito,

roto y bendecido en mi humanidad.


Dejé de llorar y te mire fijamente,

sólo entonces regresé al lugar de las gentes humildes,

mas nunca contaré lo que vi


imagen de Luizo Vega.

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